Una Fraternidad soñada por Daniel.
Normalmente todo
mundo supone que un sacerdote catolico vive solo. Tal vez seria mas preciso
decir que lleva una vida solitaria, marcadamente individualista. Este estilo de
vida, llevado con residumbre por muchos sacerdotes lleva a situaciones sin
salida, de salud o emocionales, que a mediano plazo impactan negativamente en
el servicio pastoral. Durante los años que Daniel estuvo asignado a la
Parroquia del Santo Niño, en el Palo Verde, lanzo la iniciativa de vivir
fraternamente con otros dos compañeros sacerdotes; sin ningun tipo de jararquia
(nadie seria parroco, ni habria vicarios, etc). Una experiencia similar he
visto en la Diocesis de Rochester, donde dos o mas sacerdotes colaboran en una
area pastoral y viven juntos: les llaman co-parrocos.
Daniel
Landgrave, Reyes Yepiz y Luis Enrique Sinohui vivian juntos: Una comunidad
sacerdotal, fraterna, apoyandose mutuamente y colaborando en la evangelizacion.
“La comunidad de amor”, como llego a llamarseles, no fue aprobada por todos.
Sin embargo recogia anhelos e intuiciones muy validas. Como vivir con
equilibrio las tensiones emocionales y afectivas, en medio de las demandas
pastorales? Podria el sacerdotes vivir como un signo de comunion autentico, sin
hermanos concretos y refugiado en una soledad individualista?. Ese equipo
fraterno simbolizaba mas de lo que lograron vivir; era un gesto profetico que anunciaba
lo limitado de un servicio pastoral que se basa en las capacidades de una sola
persona, o en sus dones e incluso su desarrollo espiritual. En logica con lo
que Daniel descubrio de los pobres: vivir en alguna forma de relacion con otros
pobres. Esta relacion supone la aceptacion realista de la propia dependencia.
Una de las dimensiones menos asumidas por los sacerdotes es la de saberse y
sentirse dependiente, por la pretencion de ser lider, pastor y guia. Creo que
es una de las cosas a la que nos abrio la experiencia de los compañeros. Entrar
en el camino de los pobres, no como “redentores”, sino como “sanador herido”:
vivir las dimensiones frustrantes y realizadoras del servicio, pero junto con
otros hermanos, ayudandose mutuamente a reconocer y aceptar las propias
heridas. Este proceso, eventualmente, nos lleva a aportar riqueza humana y
espiritual, desde nuestra propia herida y no desde nuestra autosuficiencia, por
mas que pueda ser respaldada por capacidades y virtudes personales.
No se trataba
de volver idilicamente a los tiempos del seminario, ni mucho menos se trataba
de transplantar la experiencia comunitaria que tiene la vida religiosa.
Mas tarde,
Daniel y otros encontrariamos en el camino varios medios, que una
espiritualidad impulsada por varios sacerdotes diocesanos viene practicando,
precisamente en esta experiencia farterna. El estudio de evangelio es una
disciplina personal, pero su riqueza se plenifica en el compartir fraterno.
Igualmente la atencion a la vida y a la realidad. La vision de una sola persona
puede ser muy aguda, pero no deja de ser la mirada de uno solo. El contemplar
conjuntamente la vida y la realidad permite reconocer llamadas especificas y
desafiantes del Espiritu, que finalmente nos acercan a las cosas como las
quiere Dios.