lunes, 11 de agosto de 2008

sábado, 2 de agosto de 2008

Nuestra comunidad celebra con entusiasmo sus encuentros. Comparte la experiencia de la fe. En este video-clip notaran la intensidad de un ensayo previo a la celebracion liturgica.

Muchos de ustedes saben como ha cambiado el ritmo de nuestra comunidad, por la forma como migracion ha intimidado a muchos de los miembros de la comunidad.

viernes, 1 de agosto de 2008

Fronteras o barreras?

¿FRONTERAS O BARRERAS? Las migraciones en el mundo

Encuentro con el Padre General de la Compañía de Jesús,

Adolfo Nicolás SJ, entrevistado por Aldo María Valli, periodista de Telediario 1, de la RAI 11 de Junio de 2008, a las 18h – Oratorio del Caravita - Roma
Aldo María Valli

Buenas tarde a todos. Gracias por haber venido. Es para mí un honor poder estar al lado del Padre General y tener la posibilidad de preguntarle sobre un tema muy actual: el de la acogida, especialmente de los refugiados. Como introducción les recuerdo solamente que el Padre Adolfo Nicolás es desde enero pasado el nuevo general de la Compañía de Jesús. El Centro Astalli, que es la sede italiana del Servicio Jesuita para Refugiados (SJR), celebra esta tarde la Jornada Mundial del Refugiado 2008. El padre nos propondrá a todos nosotros una reflexión sobre el fenómeno de las migraciones en el mundo, sobre el concepto actual de frontera, el cual está cambiando, y sobre el peligro de cerrarse que tienen los países más ricos e industrializados frente a las demandas de acogida de migrantes que son cada vez más numerosas. También nos hablará de la urgencia de repensar el proceso educativo de las nuevas generaciones, para desarrollar una sensibilidad sobre estos temas.
Desde el 7 de enero hasta el 6 de marzo de 2008, 226 jesuitas, provenientes de todo el mundo, se han reunido aquí en Roma para discutir sobre los desafíos apostólicos que la Compañía tendrá que afrontar en los próximos años. Entre estos desafíos apostólicos se ha reafirmado la prioridad que la Compañía de Jesús otorga al SJR, un servicio que fue fundado en 1981 por el entonces general Pedro Arrupe y que está presente hoy en 54 naciones del mundo, al lado de quienes por diferentes motivos (sobretodo por causa de las guerras y calamidades naturales, persecuciones, violaciones de derechos humanos) se ven obligados a huir de su propia tierra y de su propia casa, dejando cuanto poseen y lo que más aprecian, con el fin de salvar su propia vida y la de sus seres queridos.
Comenzamos con alguna nota biográfica del Padre Nicolás: saben que es un hombre que viene de Asia. Ha sido teólogo en Japón, aunque es originario de España, en particular de una región llamada Palencia (al norte de Madrid). Allí nació en 1936. Se puede decir que el Padre Nicolás representa una nueva generación de misioneros españoles en Asia, y especialmente en Japón, después del Padre Arrupe. En 1953 entró en la Compañía de Jesús, cerca de Madrid y, después de haber concluido sus estudios de filosofía en Alcalá, fue a Japón en 1960 para sumergirse en la lengua y cultura de aquella nación. En 1964 comenzó sus estudios de teología en la Sophia University en Tokio. En esta ciudad fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1967. Una vez obtenida la licencia en teología en la Universidad Gregoriana de Roma, volvió a Japón, donde fue profesor de teología sistemática en la Sophia University. Entre 1978 y 1984 fue director del Pastoral Institute en Manila, Filipinas, y a continuación fue nombrado rector de la casa de formación de los jóvenes jesuitas japoneses, estudiantes de teología. Entre 1993 y 1999 fue Provincial de la Provincia jesuítica del Japón. Después de estos años en función de gobierno, el Padre Nicolás dedicó cuatro años trabajando en una parroquia y un centro que se ocupa de la asistencia y acogida de pobres inmigrantes en Tokio. Su trabajo en este parroquia – me lo decía hace poco – no fue fácil, pero logró ayudar a millares de inmigrantes provenientes sobre todo de Filipinas y de otros países asiáticos, experimentando en el contacto personal sus necesidades, sus sufrimientos, sus demandas. De este modo su amor por los pobres y los oprimidos se hizo, después de muchos años, su ministerio más importante. El 2004 fue llamado nuevamente a ejercer funciones de gobierno, ya que fue nombrado responsable de la región de Asia Oriental, que comprende naciones que van desde Birmania hasta Timor Este, incluida la nueva Provincia de China. Durante estos años de responsabilidad al interno de la Compañía de Jesús siguió y sostuvo de cerca el crecimiento excepcional de la presencia jesuítica particularmente en Vietnam y otras naciones de Asia. El 22 de enero de 2008 fue elegido Padre General de la Compañía de Jesús.

Vamos a hablar, Padre, de inmigraciones, de refugiados, de quienes piden asilo. La primera pregunta para Usted es ésta: Vivimos en un mundo en el cual gracias a los instrumentos con que nos comunicamos, se tiene la impresión de que ya no existen fronteras. Nosotros podemos hablar con todos, podemos conocer cualquier realidad en cualquier momento… A veces las fronteras existen, y a veces se hacen verdaderas y reales barreras infranqueables que pueden ser barreras exteriores y materiales pero también interiores, psicológicas y espirituales. Según su experiencia, ¿cómo ha cambiado con los años el concepto de frontera?

Padre Adolfo Nicolás
Gracias por esta introducción. Espero que no crean todo lo que ha dicho… Pero una cosa es verdad: de todo el trabajo que he hecho en mi vida como sacerdote, jesuita, los cuatro años más felices, en los cuales me he sentido más a gusto como sacerdote, han sido los cuatro años que he estado en el Centro pastoral para los migrantes de Tokio. Tantas cosas que no esperaba y que he encontrado ciertamente en el encuentro con los migrantes. Esto ha sido de gran ayuda para mí y lo será también para el trabajo al que he sido llamado ahora, dado que he estado en contacto con situaciones extremas y por tanto ¡no hay nada que pueda sorprenderme! Creo que frente a los problemas de los migrantes y de los refugiados, que están buscando sobrevivir con sus familias, los pequeños problemas que encuentro cada día y, en general, los problemas que todos nosotros tenemos no son como para perder el sueño…
La pregunta hecha sobre la frontera me gusta, porque ya en la formulación está claro que también dentro de nosotros tenemos fronteras: Creo que este es el problema fundamental. La frontera la llevamos dentro, porque todos nosotros somos inseguros, todos nosotros tenemos miedo. Desgraciadamente en este momento en el mundo, sobretodo en el mundo desarrollado, donde el miedo se ha hecho demasiado grande, eso se ha convertido en un instrumento político y esto no nos ayuda para nada. Tenemos ya miedo antes de salir a la calle, tenemos ya miedo dentro de nosotros. ¿Quienes somos nosotros? ¿Somos amados? ¿Seremos aceptados por nuestros amigos y nuestros colaboradores? Esta es la raíz de nuestra necesidad de crear fronteras. A veces las fronteras son necesarias para defendernos, para ser conscientes de nuestra identidad. Pero muy a menudo son motivadas por nuestra ignorancia. No sabemos cómo son los otros, no sabemos cómo se vive en otra parte y creemos que nuestro modo de vivir, nuestro país, nuestra cultura, es el centro del mundo. Este es un problema que los antropólogos han estudiado mucho: cada país piensa que es el centro del mundo. China se llama “el País del centro”; hasta en el libro El Señor de los anillos se habla de la “Tierra del Medio”. Es un tema universal. No conocemos ninguna otra cosa. Cuando no se ve el resto del mundo, el centro somos siempre nosotros. Este es un problema que llevamos dentro. La frontera indica la afirmación de sí mismos, con nuestros límites y nuestros miedos. La barrera es un concepto completamente distinto, es la negación del otro. La frontera a veces es necesaria, sana. Cuando algunas fronteras desaparecen, creamos otras, porque tenemos necesidad de una cierta protección. En estos años ciertamente algunas fronteras han desaparecido, sobretodo en Europa (no en Japón o en Filipinas, desgraciadamente). Pero nosotros creamos otras, porque estamos siempre en tensión con nosotros mismos, con estos miedos ocultos, inexplicables, no claros, inconscientes. Es muy fácil manipular estas tensiones. Un jesuita, amigo mío, ha escrito un libro de antropología titulado El ser vulnerable (L’ente vulnerabile). Pienso que es un título magnífico. Se podría escribir un libro de antropología política titulado El ser manipulable (L’ente manipolabile). Es muy fácil manipular, precisamente porque somos esclavos de nuestros miedos y de nuestra necesidad de afirmación continua. La falta de afirmación nos vuelve inseguros. En realidad no hay fronteras entre las naciones: si por un momento llegáramos a ser pájaros, entenderíamos que para el que vuela no hay fronteras. En la Congregación General, en enero pasado, ha habido dos veces una epidemia, porque 225 personas que venían de todas partes del mundo ¡se han intercambiado bacterias y virus! No hay fronteras para los virus, los pájaros y el mar. En mi oficina de Manila había un gran mapamundi con un escrito en chino, una expresión muy antigua que dice: “El mar une a todos en una familia, la familia del mar”. Creo que esta sería la realidad ideal para nosotros pero desgraciadamente tenemos
necesidad de defendernos, de crear fronteras. Y las fronteras son inevitables, aunque la mayoría de ellas sean artificiales. Basta mirar atentamente el mapa de África para darse cuenta. Las fronteras naturales son todas curvas, son montañas, ríos; las fronteras de America en cambio son líneas rectas, trazadas en una oficina. Pero esto es sólo un símbolo de lo que hacemos todo el tiempo: creamos fronteras artificiales para defendernos, que no tienen nada de real o de natural. Las fronteras entre los seres humanos también son artificiales.
Somos nosotros quienes estamos atentos al color de la piel, al tipo de nariz, a la estatura: todo cosas totalmente artificiales. Entre los seres humanos no hay fronteras, todos tenemos los mismos problemas y ansias, las mismas dificultades para comunicarnos entre nosotros. Siempre estamos invitados a vernos a nosotros mismos en el otro. Yo hablo con mi hermano con el Skype del computador. Casi nos podemos ver. Hace tiempo fue al barbero y le cortó demasiado el pelo. Yo me eché a reír, porque en su cabeza un poco calva yo veía la mía: ¡somos iguales! Esto se aplica a todo, no sólo a los cabellos. Se aplica a los miedos que tenemos, a las dificultades, a la necesidad de afecto, de encontrarnos, de caminar juntos.
Esta tendencia a crear barreras no es sana. Hoy he venido aquí muy contento porque siento que todos ustedes son colegas. Yo he trabajado con los migrantes y todos ustedes están interesados en el mundo de las migraciones. Todos somos colegas, todos participamos de una llamada que deriva del hecho que hoy en el mundo las fronteras deben desaparecer. El problema real hoy es cómo hacer para que todo el mundo tenga una vida más humana: ese es el problema fundamental que nosotros tenemos con matices diferentes. En el encuentro
con el otro –creo– tenemos una oportunidad única de encontrarnos a nosotros mismos. Esto que en broma he dicho de mi hermano es lo que todos nosotros podemos experimentar y que yo mismo he vivido en el encuentro con migrantes en Tokio. Trabajar con los migrantes nos lleva al límite de la humanidad, donde es difícil vivir humanamente. Es allí donde nos encontramos a nosotros mismos. Allí entendemos lo que es verdaderamente humano, lo que es necesario y lo que no lo es. Nuestra tendencia es, pues, a crear fronteras que en cierta medida, son naturales y que deberían desarrollarse y alargarse, sean fronteras nacionales, psicológicas, comunitarias.
Estamos llamados a una pertenencia personal cada vez más amplia, hasta sentirnos parte del mundo entero. Hoy por desgracia es común la tendencia opuesta: las fronteras se cierran. Si, por ejemplo, encontrar la propia identidad en la familia es bueno, cuando la familia se cierra, la frontera natural se convierte en una barrera, porque los otros no pueden ya entrar. Sin embargo la familia es el lugar de acogida más profundo, más bello que se pueda encontrar.
Cuando fuimos a la misión en Japón, en Corea y otros lugares, había un programa que es verdaderamente muy útil: encontrar familias donde nuestros estudiantes pudieran vivir un mes, dos meses, estudiando japonés y experimentando cómo se vive en una familia la cultura japonesa. Esta es una frontera natural pero abierta a los huéspedes, a nuevos hermanos. Los jóvenes que han vivido en una familia terminan por comenzar a hablar de “mi papá en casa” y de “mi papá en Japón”, de “mi mamá en casa” y de “mi mamá en Japón”. La familia ha crecido, los huéspedes se han convertido en hijos. Debemos plantearnos la cuestión de las fronteras de un modo muy realístico. Tenemos necesidad de fronteras, pero que sean fronteras en desarrollo, flexibles, fluidas, siempre abiertas para acoger a los otros. A veces en esto los niños son más abiertos que nadie. Recuerdo, por ejemplo, el caso de una familia japonesa en la que el padre trabajaba con un americano y tenía la oficina al lado de su casa. En Japón todo es pequeño, no es como aquí… Un domingo llegaron los primos a visitar a la familia japonesa. Los niños estaban jugando juntos y uno de los pequeños huéspedes abrió la puerta de la oficina y vio al americano.
Entonces cerró la puerta despavorido. “¿Qué sucede?” le preguntaron. “Hay un extranjero allí, un forastero”, dijo el niño. En japonés la palabra “extranjero” tiene una connotación fuertemente negativa, quiere decir “que no pertenece” a un determinado lugar. Entonces un niño de la casa fue a ver y le respondió al primo: “El no es un extranjero, es Charlie”. Esta es una lección para todos nosotros: aquél no es un extranjero. Es una persona como nosotros, con un nombre, un amigo, nosotros jugamos con él, no tenemos barreras. Aquella es una familia abierta, en la cual aquel americano rubio, tan diferente de los japoneses, es Charlie, pertenece a nosotros. A esto somos llamados todos: si respondemos a esta llamada tenemos una gran oportunidad de dejar crecer nuestra personalidad. Si por el contrario no respondemos, permaneceremos confinados en nuestro pequeño mundo.

Aldo María Valli
Gracias Padre. Usted sabe que en Europa -en particular en España, en su tierra de origen, y también aquí en Italia, especialmente en estos días- hay un gran debate sobre acoger o no, recibir o rechazar a los que llegan de fuera y que no están legalizados. El debate se centra mucho en nuestros derechos, que somos los que debemos hospedarlos, mucho menos se habla del derecho de quienes deberían ser hospedados. Todo sucede en un clima cultural que (no sé si está de acuerdo conmigo) parece menos favorable a acoger al diferente. Como decía usted antes, el otro nos da miedo. Pero a menudo es un miedo construido más sobre un prejuicio que sobre datos reales, y el prejuicio en general nace de la falta de conocimiento, de la falta de contacto. Entonces, la pregunta que quiero hacerle es la siguiente: ¿Cómo emprender un proceso para rechazar el prejuicio –aunque no es algo que se puede lograr de un día para otro– y si hay un camino para hacer esto como cristianos?

Padre Adolfo Nicolás
Lo que me encanta de la pregunta es que la respuesta está ya en la pregunta. Como ha dicho muy bien, creo que el encuentro es verdaderamente el único modo para superar las dificultades que tenemos para abrirnos a los otros. Sin encontrarnos todo resulta teórico: los árabes, los japoneses, los italianos, los españoles son así… Todo teórico. Cuando nos encontramos, encontramos personas vivas que tienen ideas, imaginación, con las que se puede crecer y con las que nos podemos relacionar. Creo que el encuentro nos puede cambiar y nos cambia.
Hace cinco o seis años estaba con un grupo de jesuitas que se preparaban para la ordenación sacerdotal. Por la noche, después de cenar, habíamos visto juntos un programa de televisión que se refería a un encuentro con jóvenes japoneses que habían trabajado durante dos años fuera del Japón, en centros para refugiados o en proyectos en África, América Latina, India etc. Algunos de ellos habían sido invitados a hablar de su experiencia. Una cosa que nos llamó la atención fue que todos decían haber ido no por razones muy profundas, sino porque querían tener una experiencia diferente de la de la vida japonesa, simplemente para ver cómo era el mundo: todos sin embargo habían cambiado. Algunos afirmaban explícitamente: “No fuimos por razones filantrópicas o para ayudar. No teníamos ningún interés en este sentido pero después el encuentro con la gente, la participación en su vida y en sus dificultades nos ha transformado”. Y todos estaban de acuerdo. Entonces sentí que quizás aquel grupo sería el grupo más sano de la sociedad japonesa: estos jóvenes, deseosos de salir de sí mismos, han sido capaces de ser tocados y cambiados por los otros. Esta capacidad humana de encontrar a otro, entrar en la vida del otro y dejar que la propia vida cambie creo que sea la cualidad más grande de los voluntarios que vienen también aquí al Centro Astalli. Salir de sí mismos es un riesgo grande, por ello muchos no quieren correrlo. Por otra parte esto se hace para encontrar a otro que, al menos teóricamente, nos da miedo o que simplemente es portador de una cultura que consideramos que no es importante: este preconcepto cultural, por ejemplo, en los japoneses es muy fuerte. Los japoneses piensan quizás que Europa y América sean muy avanzadas, en ciertos aspectos más avanzadas que el Japón, pero que el resto del mundo está “por detrás”. Por tanto haber sido capaces de ir hacia este “resto del mundo” y haber cambiado significa que estos japoneses son sanos, abiertos, que tienen las antenas bien activadas para relacionarse con otros.
Creo que esto está muy de acuerdo con el cristianismo. Yo diría que la Iglesia es el lugar ideal para encontrarnos, es una comunidad. Estamos llamados a encontrarnos, no para rezar cada uno por su lado. Estamos llamados a encontrar juntos a Cristo, que está presente en todos nosotros. Creo que este encuentro debe ser programático en la Iglesia. La Iglesia puede ofrecer puestos, lugares, ocasiones de encuentro para grupos y comunidades. También la liturgia debería ser un momento de encuentro. Pienso que no revelo ningún secreto si digo que la liturgia a veces no nos hace encontrarnos el uno con el otro. Corre el riesgo de hacerse un lugar para repetir un ritual. A veces es necesario repetir porque la repetición es importante para el corazón: no estoy en contra de una liturgia que sea repetición de un ritual, pero debe existir una comunidad que hace esta repetición, que actúa en conjunto.
Este encuentro tiene como fin cambiarnos: Cristo de hecho nos puede cambiar individualmente, pero normalmente nos cambia a través de los otros. La Iglesia debería ser por tanto un lugar donde estén otros, dado que vivimos ahora en un mundo plural. Hay muchas formas de liturgia, de celebraciones posibles. En estas celebraciones delante de Dios, delante de un misterio de vida, de llamada, en el cual todos nosotros creemos, es mucho más posible el encuentro con el otro, que no estando sentados a la mesa y preguntando al vecino “¿Tú qué piensas?” Esta última modalidad, por ejemplo, en un contexto oriental, no funcionaría. Y cuando digo “oriental” hablo de todo el Extremo Oriente: sentarse al lado de otro y preguntarle qué piensa, no es un modo de comunicarse.
Es mucho más fácil trabajar juntos. Para los filipinos, por ejemplo, el encuentro se da comiendo juntos, cantando y bailando. Allí se encuentra al otro con gozo y con el deseo de profundizar el encuentro. Pienso que la Iglesia, y nosotros como comunidad cristiana, podemos ofrecer lugares de encuentro.
Otra llamada importante es cultivar la memoria. En la tradición cristiana más espiritual, más mística, la memoria tiene una función clave. Toda nuestra liturgia es memoria, es recordar lo que Dios ha hecho con los pueblos. En Cristo y en nuestra fe sabemos que Dios continúa haciendo lo mismo con nosotros: es una memoria dinámica. Pero en el caso de los refugiados, de los migrantes, debemos cultivar una memoria total y esto no es fácil. También los políticos recurren a menudo a la memoria, pero es siempre a una memoria selectiva, local, ya prejuiciada para llegar a una conclusión. Si tenemos una memoria total, debemos recordar el tiempo en que los italianos eran migrantes. Esto vale también para el Japón, al que llegué en 1961. Era un país pobre con carreteras feas… Pero los japoneses olvidan que fueron migrantes. Los israelitas se comportaban de la misma manera. Por ello la Ley de Moisés dice: “Recuerden que también ustedes fueron extranjeros”, y sobre este principio se prescribe a Israel continuar siendo abiertos con los otros. Los japoneses eran extranjeros en Brasil, Bolivia y Perú y lo mismo vale para los italianos. Cuando estaba en Italia fui a Alemania a estudiar alemán durante el verano. Allí vivían 7.000 italianos: cada año había 2 o 3 suicidios de italianos porque no soportaban ser extranjeros, no ser acogidos y no estar en casa. Nosotros hemos experimentado lo que es la migración, la pobreza, las dificultades. Creo que esta memoria colectiva nacional es muy importante porque de la memoria deriva la sabiduría y, según la tradición mística cristiana, también la imaginación y la creatividad.
En Asia hemos tenido muchos tipos de misioneros: los mejores han sido siempre los italianos (Valignano, Ricci, Nobili) y su gran cualidad fue la imaginación. Fue gente capaz de crear, que podía llegar a China, verla tan diversa, y sin embargo encontrar la manera de comunicar con los chinos de cualquier modo, también a través de otras disciplinas como las matemáticas o la astronomía. Y en Japón lo mismo. La imaginación es un bien importante para nosotros, nos lleva a no ser tan estrechos de pensar “o todo o nada”, un camino que no lleva a ningún lado. Es la esencia misma del diálogo, del crecer con los otros: siempre se encuentra
otra posibilidad. Esta creatividad es particularmente importante para trabajar con los refugiados. Encontramos gente diversa, que tiene experiencias diferentes de las nuestras. Algunos han experimentado la tortura: ¿qué significa esto? Se requiere imaginación para entender la profundidad del daño que hace la tortura a una persona. Pienso que este tipo de imaginación es muy importante para nosotros. Cuando hablamos del Reino de Dios, ¿de qué estamos hablando? Es un mundo de imágenes, una alternativa, otra manera de ser humanos que Cristo nos ha indicado. Sin imaginación no lo encontraremos. Sólo con teorías y repeticiones de cosas que ya sabemos, no llegaremos jamás. Por eso los niños tienen una entrada más fácil al Reino de Dios porque son capaces de imaginar. Un educador ha hablado de “magical child”, niños mágicos. Los niños son magos, pueden crear. Pienso que en este mundo esta es una capacidad importante. Tenemos necesidad de un mundo nuevo, de crear
nuevas imágenes, nuevas relaciones, nuevos modos de afrontar los problemas.

Aldo María Valli
Padre, quiero llevarle ahora al tema de la educación. Está claro que estamos frente a un problema educativo. Podría dar testimonio de ello también como padre: la acogida al otro es innata pero es también producto de la educación. El niño acoge al hermano hasta un cierto punto, luego de un cierto punto es necesario educarlo para acoger. Y esto es válido también para los adultos. La impresión general hoy es que todas las instituciones que se ocupan de la educación (pienso particularmente en la escuela) se encuentran desplazadas frente a la realidad, como si no poseyesen los instrumentos adecuados. Esta mentalidad dominada por el prejuicio –o peor todavía por la indiferencia, por no plantearse el problema del otro– nos lleva quizás a ser tentados de evitar una acción educativa precisamente en este momento en que habría más necesidad. ¿Podría Usted indicarnos cómo recuperar, como repensar una acción educativa referida a estos valores y adaptada a la situación que estamos viviendo?

Padre Adolfo Nicolás
Este es un tema infinito, en el que los jesuitas estamos particularmente interesados. Creo que podemos decir que hoy la educación está en crisis en todas partes. El gobierno japonés ha hecho estudios que ponen en evidencia cómo la educación japonesa ya no es adecuada. Los puntos débiles de la educación japonesa (y esto se puede aplicar a otros sistemas educativos) son sobretodo la imaginación, la creatividad y el sentido crítico. Las críticas sobre el sistema educativo americano se multiplican, pero yo me inclino a creer que se trata de un problema general.
Hace mucho tiempo, en los Estados Unidos, con ocasión del centenario de Santa Teresa de Ávila, se tuvo una conferencia de prensa. Una de las preguntas se refería a la Inquisición: ¿Sufrió mucho Santa Teresa, dado que Ávila era la sede de un inquisidor muy poderoso? Uno de los entrevistados presentes en el encuentro respondió: “Es verdad, la Inquisición era sin duda algo negativo, pero yo siento que la inquisición americana contemporánea es mucho más poderosa y peligrosa”. Todos le miraron con sorpresa: ¡en el fondo se habla del país de
la democracia! Entonces él explicó: “La censura actúa en el actual sistema de educación que es del todo unilateral, unidimensional: tiene por fin producir personas que deben cooperar en este mundo de producción controlable, personas expertas hasta lo máximo pero de imaginación limitada”. Esta clase de control es mucho más fraudulento. Porque se trata de control interior. Por esto Teresa de Ávila que estaba sujeta exclusivamente a una censura exterior, podía sin embargo imaginar todo lo que quisiera, tenía todo un mundo para vivir y la mística que ha desarrollado lo prueba, aunque no pudiera ponerlo por escrito.
Este es un problema muy serio. Los estudios sobre el desarrollo del cerebro humano nos dicen que es necesario dejar al niño desarrollar todas las posibilidades. No tenemos una sola parte de cerebro, tenemos cinco diferentes. El crecimiento intelectual madura en diferentes épocas de la vida y las facultades que se desarrollan son diversas: después de los 30 años el proceso está completo. El actual sistema educativo no desarrolla quizás todas las partes del cerebro: da prioridad a las que operan en el lóbulo izquierdo, que es más lógico, ideológico, que normalmente va hacia la producción científica. Se deja menos espacio a la imaginación,a la creatividad, a la integración de las cosas. Estas partes quizás son más cultivadas en la cultura de la India y de Asia oriental.
Para mí la educación consiste en abrir todas las ventanas en la mente de un niño, de un muchacho y de una muchacha que crecen y tienen el derecho de hacerse sensibles a todas las realidades humanas y naturales del mundo. Abrir, comunicar hábitos mentales, del corazón y culturales para la enseñanza de las variedades: así podremos educar personas flexibles, abiertas, que no se asustan de cualquier novedad o de cualquier cosa diferente, sino que están listas para apreciar todas las posibilidades humanas. Creo que este trabajo de abrir las ventanas de la personalidad, de la mente, del corazón es esencial. Creo que debemos llegar a hacer que nuestros estudiantes italianos, españoles, alemanes estén orgullosos de la cultura china o de la cultura india o africana por el solo hecho que son una producción de la humanidad. No deberíamos ya considerarlas como “cultura de los otros”. Estar orgullosos de una cultura pequeña y reducida nos ha hecho mucho mal. Creo que es fruto de una cultura muy limitante. Hay definitivamente necesidad de una reflexión a alto y mediano nivel por parte de las universidades y de otros grupos religiosos y humanistas para devolver a los niños la libertad de imaginar y de crecer, de ser aquellos “magos” de que hablaba antes, capaces de crear. Cuando yo era niño, no teníamos nada, los juguetes los construíamos nosotros mismos. La calle era una gran pista, una palestra, que pertenecía a todos. Hoy con tantos juegos electrónicos hay menor posibilidad de participar, de cambiar y
de crear. Quizás hemos hecho todo demasiado fácil par nuestros niños. Y ¿cómo educar una memoria mundial? ¿Cómo llevarlos a sentirse orgullosos de los indios y de los chinos –no tristes sino orgullosos porque es la humanidad quien ha creado esto? Debemos estar orgullosos de los otros y, en consecuencia, orgullosos de nosotros mismos, pero siempre en el contexto de los otros, para crecer juntos con los otros. Según mi parecer este es un problema de educación que necesita de una serie de reflexiones. Es necesario recrear la educación como una oportunidad para los niños de crecer como personas, no dependientes de una tecnología particular, sino libres para crear. Habrá tiempo para llegar a ser técnicos: en primer lugar es urgente abrir las mentes y el corazón a las infinitas posibilidades de la vida humana. Sé que algunos de ustedes piensan: “comiencen entonces ustedes los jesuitas, dado que tienen escuelas y universidades”. Creo que es necesario hacerlo y que tenemos la responsabilidad de hacerlo. Se trata de un trabajo de creatividad muy importante, al servicio de todos.

Aldo María Valli
Padre, quiero llevarle ahora al terreno de la economía. Al hacerle esta pregunta tengo una imagen: recorro a menudo para ir al trabajo una calle de Roma en el barrio Tor di Quinto. En la mañana temprano se ven al lado de la calle hombres agachados, sentados en la acera, que esperan trabajo. Son rumanos, polacos, sobretodo ciudadanos de Europa del Este pero también algún africano, especialmente de África del Norte. Cada cierto tiempo pasa una buseta, un camioncito y recoge alguno, pero otros se quedan allí. Hay quienes se quedan allí toda la jornada sin que nadie los recoja. Son personas que nosotros no vemos… o quizás los vemos pero pasamos de largo. ¿Dónde viven? ¿Tendrán mujer, tendrán hijos? Y sin embargo las investigaciones, los estudios, nos dicen que estos invisibles son los que tienen en pie nuestra economía, porque hacen los trabajos que nosotros ya no hacemos. Por tanto su presencia es indispensable desde el punto de vista material, aunque para la mentalidad común estas personas o no existen o, peor todavía, son vistas como enemigas. Seguramente nadie considera su presencia como una riqueza. Ahora bien, hay personas sin embargo que se ponen de parte de estos extranjeros, de estos huéspedes nuestros y les ayudan, se ponen a su nivel: pienso por ejemplo en los voluntarios del Centro Astalli. Personas que creen que la persona que nos llega tiene un valor no por la contribución que puede dar, de modo más o menos sumergido, a nuestra economía, sino en cuanto que es persona. Ahora le pregunto: ¿podemos concluir nuestro encuentro de esta noche con un mensaje de esperanza que nace de las obras de estos voluntarios? O ¿es sólo un sueño un poco ingenuo, que empalidece ante esa realidad brutal que veo, por ejemplo, más o menos, todas las mañanas en aquella calle de Roma?

Padre Adolfo Nicolás
Gracias por esta invitación a concluir con una nota de esperanza. Estoy convencido que lo que dice es verdad. Lo poco que conozco del Centro Astalli y lo que yo he visto en nuestro Centro de Tokio me hace pensar que estos grupos de voluntarios, personas que son abiertas para aceptar y acompañar a otros en dificultad, son -sin hacer injusticia a nadie- la parte más sana de una sociedad. Son personas dispuestas a correr el riesgo de tener empatía, compasión, cercanía con otros, que pueden abrir las puertas de su casa, de su corazón, de sus talentos para caminar con los otros. Creo que esto es un gran tesoro para el país y para su cultura.
Soy consciente de que hay problemas. No creo que todo eso de que estamos hablando sea fácil. Se trata de muchos problemas serios, que se deben afrontar. Pero creo que por encima de todos los problemas, hay un factor de humanidad profunda. Si una cultura se cierra frente a una humanidad que viene de fuera, creo que no tiene mucha esperanza de crecer. Está destinada a poco en sentido negativo, reducida. Creo que sólo la compasión nos llevará a hacer algo y en Oriente hay un poder de evangelización muy fuerte. A juzgar por el desarrollo de los últimos treinta años en Japón (y creo que también en Europa) puedo afirmar que la gente ya no cree en palabras. Nosotros sacerdotes sabemos que preparar una homilía inteligente no es tan difícil. Pero esto no quiere decir que nuestras homilías sean buenas y ustedes lo saben mejor que yo. La gente ya no cree en palabras. Los hechos, la solidaridad, la ayuda mutua, esto hoy tiene un valor. Esto, más que tantos discursos, lleva a la gente a pensar, porque es otra manera de vivir y de relacionarse, un modo mucho más creativo. Pienso que el Centro Astalli, por lo que sé, vive esta dimensión. He visto en el reporte anual todo un programa en sus diversos niveles: la primer acogida, la segunda acogida… Y estoy seguro que se añadirá un acompañamiento pastoral, ya que los migrantes tienen también problemas espirituales, de identidad. Deben buscar el significado de una vida tan difícil, ellos que quizás han llegado pensando encontrar una Europa cristiana y en cambio encuentran la misma dificultad para integrarse que tendrían en naciones no cristianas… Este es un problema muy serio. Pienso que la respuesta sea muy positiva y un signo de esperanza no solo para los migrantes sino también para todos nosotros. En los cuatro años que he trabajado en el Centro pastoral para migrantes he recibido mucha energía de la gente que venía y de los colaboradores, una energía muy real porque viene de gente que ha dejado la carrera y otras riquezas materiales para servir a los otros en situaciones difíciles. Creo que el Centro Astalli es una oportunidad muy grande no solamente para servir a migrantes y refugiados, sino al hacer esto, servir al país, Italia, Europa y la humanidad entera, porque así demostraremos que no se ha perdido la capacidad de responder a los problemas reales y profundos.
Yo creo –no sé si es prudente decirlo- en la historia. Aun cuando los grupos políticos o culturales, aun cuando nosotros religiosos seamos perezosos y no hagamos nuestro trabajo, la historia continúa y el Espíritu de Dios trabaja en la historia, en la gente. Y la gente reacciona y responde. La de la gente es la dimensión más verdadera y la más real. Aunque el país pierda calidad, aunque la cultura atraviese una crisis, siempre hay una nueva generación de gente que tiene un corazón abierto y quiere responder a la realidad humana con generosidad. Creo más profundamente en esto que en otras cosas, porque en las otras cosas veo más limitada la humanidad, nuestros miedos, también mis miedos. En cambio en la respuesta de la gente veo el poder del Espíritu. Creo que esto es muy real y es una razón para estar nosotros muy contentos de que en este Centro haya tanta gente que quiere servir verdaderamente a los otros. Aprovecho, pues, esta oportunidad para darles las gracias.

Aldo María Valli
Padre, gracias de verdad a Usted por la cantidad de ideas que nos ha dado.
(Original italiano)
Traducción: José Ignacio Arrieta, SJ
Venezuela