jueves, 25 de enero de 2007

Un profeta nunca tiene poder.

Un campesino humilde, en su pueblo nunca había tenido que presentarse a la estación de policía, menos a un tribunal. Ahí estaba parado delante de un Juez de inmigración. No hablaba nada de ingles, solo su español de pueblo, llego solito para su juicio. La mayoría de la gente migrante prefería evadir las cortes, cambiándose de Estado, sin embargo este campesino atendió su audiencia. Estuvo ahí, con dignidad, sin miedo…sabia que no había cometido ningún delito: Solo haber cruzado la frontera, porque no podía trabajar ni apoyar a su familia en su propio país. Sin más argumento que su propia esperanza y sus sueños de salir adelante, desafiaba en silencio al Juez norteamericano. Cada hombre y cada mujer migrante son expresión viva de un clamor profético. Su vida, sin más es profecía. Una profecía que no es escuchada, un clamor sin eco…pero no sin eficacia.¿Donde esta entonces su “fuerza”? Estos meses la población migrante ha estado siendo perseguida por los oficiales de emigración. Cada día un grupo de trabajadores llama y notifica que fueron detenidos. Inmediatamente nos movemos y lo único que logramos es estar con ellos/ellas, frente a las autoridades migratorias. Cada jornada sacamos cuentas de la impotencia y la frustración: No pudimos hacer nada. Al mismo tiempo en cada persona que pasa por este proceso (arresto, encarcelamiento, juicio y deportación), parece activarse el agudo sentimiento del profeta Ezequiel, como de todo autentico profeta: “Y ellos, te escuchen o no…, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”. La vida migrante se levanta escandalosamente como lo más débil, en una sociedad tan técnicamente sofisticada y con pretensiones de democracia insuperable. Hombres y mujeres migrantes hacen de nuevo evidente lo que aprendieron los discípulos: “Mi poder se manifiesta en mi debilidad”. No hay mejor descripción de la figura profética que los textos bíblicos: Se trata de hombres libres, sin ataduras. Personas que saben que algo no esta funcionando como Dios quiere. Casi siempre sacados de pueblos pequeños y cuya vida es el campo. No defienden ningún interés de poder, ni pretenden ganar fama. Saben o sospechan que la autoridad representa los intereses de quienes tienen el poder y que todo este sistema se levanta sobre la injusticia. Seguramente ni el Juez de inmigración ni los oficiales, tienen malas intenciones. Ellos trabajan para garantizar la ley, pero no cuestionan la ley porque forman parte del poder que la creo. Por eso el campesino migrante siente toda la libertad, para no atarse por la ley migratoria. Lo mueve el imperativo de la vida, por eso su presencia se vuelve un clamor profético que desafía la misma ley. Quienes se niegan a la propuesta de Jesús, en su pueblo, representan también de varias formas los intereses de un sistema dominante. Aquel paisano y conocido no puede poner en cuestión nada de la legalidad de la sinagoga, por eso Jesús no es reconocido. Su eficacia profética se mueve mas en lo que no puede hacer, que en lo que hace. Tampoco la presencia de esta población podrá pasar desapercibida y tendrá que provocar un impacto en la sociedad norteamericana. Como, cuando…el profeta no lo sabe, la sospecha de que es su Dios quien cumplirá lo que el cree, lo mantiene en la fuerza de la espera.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

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