jueves, 8 de marzo de 2007

Do this in memory of me

Compartir juntos una comida se volvió la consigna de aquellos discípulos.
La gente que llega a los Estados Unidos, para trabajar en el campo, saborea el comer juntos casi como un ritual. Por lo menos a quienes yo conozco y se que crecieron trabajando en el campo mexicano, las comidas se hacían en familia y se comparte mucho mas que los solos alimentos.
Jesús lleno de significado las comidas compartidas con su grupo. Sus sueños y su utopía del Reino se aclaraban, en torno a aquellas comidas fraternales e igualitarias. Tanto es así, que para nosotros, el hecho de compartir juntos un poco de pan y un poco de vino, se volvió un evento central de nuestra fe y lo celebramos cada domingo.
Por eso el trozo del Evangelio de Lucas hoy presenta a Jesús resucitado pidiendo algo de comer. Al volver a comer juntos, aquel puñado de discípulos, aclaran la identidad del derrotado-resucitado y retoman la comprensión de lo escrito en el AT.
Una comida compartida redimensiona la vocación y la misión.
Es curioso el papel que la cultura norteamericana da al comer. Pocas veces el comer es un fin en si mismo: Se come con otros, cuando se trabaja juntos. Pero la comida es bastante pragmática. Lo más común es comer juntos, en plan de negocios o para arreglar algún asunto y la comida sigue siendo poco interesante. Es comida rápida (fast food), solo ocasión para otros intereses, normalmente de negocio.
A pesar de todo he disfrutado el sentido de la “comensalidad” en el oeste de Nueva York. Cuando una familia caribeña me invita o cuando estoy en casa de una familia o de un grupo de personas migrantes. Entonces comer no tiene otro objetivo, solo encontrarse y disfrutar el encuentro. Que conste que esto no es solo en las casas: Particularmente en la temporada de la cosecha, cuando el ritmo de trabajo es extenuante he vivido esa experiencia de “reconocimiento”, de paz y de alegría, como el de aquel grupo que reconoce en su medio al resucitado.
Sentados bajo un árbol, compartiendo juntos unos tacos calentados al momento. No hay otros objetivos. No hay expectativas de negocio. Ni se trata de esas comidas, señaladas con reloj en medio de una reunión...solo el encuentro.
Una comida así te reconecta con lo más humano de ti mismo y de los demás comensales:
“Soy yo en persona...no soy un fantasma”, “tu eres una persona...no una sombra”.
Nuestras eucaristías, tan ritualizadas ya, aspiran a conectar con ese sentido de comenzalidad que ha saboreado la gente de nuestras comunidades migrantes. Donde Jesús, aquel que fue rechazado y cuyo estilo de vida se transformo en modelo, es el comensal que nos convoca y nos anima a todos los demás.
Las eucaristías que más se acercan a esta experiencia son las que hemos vivido en algunos de los campamentos migrantes. Cuando los participantes van dejando los morrales, al regreso de la jornada de la pizca de manzana. La Celebración nos une, comentamos las historias de idas y venidas, de caídas y levantadas. Permitimos que el Señor nos hable, leyendo su palabra...y casi siempre ha habido un equipo que muy temprano, antes de salir al trabajo, preparo algo de comer para compartir después de la Eucaristía.

“Entonces el Espíritu del crucificado-resucitado nos abre el entendimiento para comprender la “palabra” que se hace acontecimiento en nuestras vidas y nos envía a ser testigos.”

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